sábado, 13 de octubre de 2007

PLATERO Y ...LUIS

Mi ojo superficial sobre tres o cuatro de sus creaciones, y el conocimiento básico de algunos datos que todo buen cinéfilo debe saber, nunca me habían permitido dimensionar el verdadero tamaño de la vida y obra de Don Luis Buñuel Portolés (1900- 1983), hasta que por azar – ese elemento constante en la vida humana, parte esencial de la obra del cineasta – tuve que enfrascarme en la lectura de varios libros sobre él, para preparar una exposición.

¿Qué pasó unas horas después de comenzar? Mis ojos eran incapaces de despegarse de las líneas, que con ayuda de Jean Claude Carriere, el mismo Buñuel nos legó en su autobiografía “Mi último suspiro” de 1982, justo un año antes de su fallecimiento. La verdad este tema no da para un post… da para hacer investigaciones semióticas, hermenéuticas, sociológicas, de discurso… y aplicando todas y cada una de las teorías aprendidas en los seis semestres y medio que llevo de Universidad. (Sí, lo acepto, me conquistó, y la objetividad en el subsuelo).

El universo buñueliano, violento y surrealista – en la más pura congruencia con el manifiesto de Breton-, nos regala apreciaciones del mundo, de la realidad represora, burguesa y clerical que le tocó experimentar en carne propia al director de Calanda, España, pero nacionalizado mexicano en 1949. Pretencioso sería querer resumir una vida y 32 filmes -con todo y sus fetiches, obsesiones y contradicciones- en este reducido espacio. Sin embargo, me permito retomar una de sus imágenes recurrentes de la etapa netamente surrealista para contar una anécdota que ilustra a la perfección a este artista:

Siendo un niño, durante unas vacaciones pasadas en su medieval y querida Calanda – él vivía en Zaragoza – tuvo su primer acercamiento con la muerte: “Un día mientras paseaba con mi padre por un olivar, la brisa trajo hasta mí un olor dulzón y repugnante. A unos cien metros, un burro muerto, horriblemente hinchado y picoteado, servía de banquete a una docena de buitres y varios perros. El espectáculo me atraía y me repelía a la vez…Yo me quedé fascinado, adivinando no sé qué significado metafísico más allá de la podredumbre…”.

Durante su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid, entre los años del 1917 al 1925, conoció y congenió con gente como Eugenio d´Ors, Bejamín Péret, Federico García Lorca, Pepín Bello y Salvador Dalí. Con estos dos últimos, curiosamente, compartía esa obsesión infantil por los burros podridos, imagen a la que dotaron de un aura de misticismo casi religiosa. Por aquellos años, otro ilustre español, Juan Ramón Jiménez publicó una obra cursilona y sentimental que a más de uno ha sacado una lágrima (bueno a mí sí, lo leí cuando tenía como 9 años): "Platero y yo". Dalí le contaba a Federico: “…soy el anti- Juan Ramón…el (es el) jefe de la putrefacción poética…”.

En 1929, en plena euforia creativa de Un chien andalou (Un perro andaluz, 1929), Luis Buñuel y Salvador Dalí decidieron enviarle una carta a Jiménez, la cual decía más o menos así:

Nuestro distinguido amigo: nos creemos en el deber de decirle – sí, desinteresadamente- que su obra nos repugna por inmoral, por histérica, por arbitraria.
Especialmente ¡¡MERDE!! Para su
Platero y yo, para su fácil y malintencionado Platero y yo, el burro menos burro, el burro más odioso con que nos hemos tropezado.
¡MERDE!
Sinceramente,
Luis Buñuel
Salvador Dalí

Y todo esto en los años veinte del siglo pasado…

2 comentarios:

Elizabeth García dijo...

Bueno a mi me pasó cuadno leí el Leviatán jajajaja!!!

Señorita Molino Rojo dijo...

“Aquel encuentro tuvo lugar en el café Cyrano de la place Blanche, en el que el grupo celebraba sus sesiones diariamente. Me presentaron a Max Ernst, André Breton, paul Éluard, Tristan Tzara, René Char, pierre Unik, tanguy, Jean Arp, Maxime Alexandre, Magritte. Todos salvo Benjamin Péret, que entonces estaba en Brasil. Me estrecharon la mano, me ofrecieron una copa y prometieron no faltar a la presentación de la película, de la que Aragon y Man Ray les habían hecho grandes elogios.

Aquella primera proyección pública de Un chien andalou fue organizada con invitaciones de pago en las Ursulines y reunió a la flor y nata de París, es decir, aristócratas, escritores y pintores célebres (Picasso, Le Corbusier, Cocteau, Christian Bérad, el músico Georges Auric) y, por supuesto, el grupo surrealista al completo.

Muy nervioso, como es de suponer, yo me situé detrás de la pantalla con un gramófono y, durante la proyección, alternaba los tangos argentinos con Tristán e Isolda. Me había puesto unas piedras en el bolsillo, para tirárselas al público si la película era un fracaso (…) No necesité las piedras. Cuando terminó la proyección, desde detrás de la pantalla oí grandes aplausos y, discretamente, me deshice de mis proyectiles, dejándolos caer al suelo.”

Buñuel siempre me ha caído bien ....

qué buen blog Paty,saludos!