jueves, 7 de agosto de 2008

DEL OTRO LADO DEL ESPEJO

No soy a quien esperas encontrar…
No estoy entre los pedazos de cristal que se estrellaron contra el suelo.
Las imágenes falsas se quedan del otro lado del espejo, pero es tan fácil dejarse llevar, ¿está la realidad en la extravagante certeza de lo intangible o en mi vaga noción del mundo material?

Llegué un día, ya lejano, no puedo recordar que tanto. Llegué huyendo, buscando serenas riberas para adormecer el cuerpo; llegué como aquellos primeros improvisados marinos quienes, bajo la promesa de El Dorado mítico, se hicieron a la mar no encontrando más que un universo muy apartado de sus fantasías.

Ante mis ojos se extendían planicies de metales caprichosamente retorcidos, luces de colores y otros artificios. No había comenzado mal, pero humanos finalmente - pobres infelices-, enloquecimos ante el primer atisbo de incongruencia, la paranoia se apoderó de nosotros. Y entonces lo comprendimos todo: relucientes prisiones de cristal resguardan a un ejército de casi- cadáveres. Algunos lanzan sórdidos lamentos, otros más ríen a carcajadas, pero cualquiera, en silencio, deja perder su mirada ante el menor movimiento frente a ellos. Algunos llaman más su atención que otros.

Las cuentas de vidrio, como aquellas que los ingenuos nativos recibían a cambio de oro, fueron para mí muchos ojos parpadeantes. Algunos desaparecían tan pronto como llegaban, otros se distrajeron más allá. Un día, sin saber cómo, me encontré perdida en una inmensidad castaña, olvidando el miedo que solía tener a las cosas sin fin.

El frío perpetuo ha hecho mis manos más temblorosas. La celda que me rodeaba cayó poco a poco, y lo mismo sucedió con la de muchos otros, de historias paralelas a la mía. Pero una vez afuera, nadie puede dibujar al otro; olvidé esas voces de rostros que nunca conocí y con tristeza advierto que ya no reconocería aquella mirada.

Los más radicales hemos decidido asumir las consecuencias de nuestra primera cobardía. No existe el paraíso que idealizamos, pero tampoco creemos que este sea un terrible reino de sufrimientos. Bajo nuestras primitivas armaduras sabemos que aquí ni la luz del día hiere ni la noche es cómplice de nada. No hay verdades ni mentiras, no hay crueles torturas, ni siquiera caricias hechas de palabras.

Extraña cruzada esta que nos ha tocado enfrentar: saltamos eternamente de un mundo a otro, cruzamos umbrales con destinos inciertos. A pesar de las batallas, busco sin descanso aquellas pupilas que parecían estar siempre dilatadas, y seguramente ellas tratan de hallarme también.

Y un día, quizá miles después de nuestra entrada, podríamos por fin desenmascarar a nuestro enemigo. Nos enfrentaremos con él del otro lado del espejo, tal vez en una figura demasiado conocida, tal vez en una imagen idéntica a sí mismos. Tal vez ya destruí la mía; tal vez nunca fui lo que tus ojos veían, y por eso no soy a quien esperas encontrar…