jueves, 18 de octubre de 2007

LUZ, NOCHE, CIUDAD


Esta foto surgió de levantar la cámara hacia la Torre Latinoamericana, medio encuadrarla y disparar. El resultado es por demás deficiente: un velo blanco producto de la luz directa, una subexposición bastante notoria, imagen desenfocada...eso sin tomar en cuenta que el blanco y negro lo logré moviendo los ajustes de la cámara digital. Pero, me gustó, así que aquí está...


sábado, 13 de octubre de 2007

PLATERO Y ...LUIS

Mi ojo superficial sobre tres o cuatro de sus creaciones, y el conocimiento básico de algunos datos que todo buen cinéfilo debe saber, nunca me habían permitido dimensionar el verdadero tamaño de la vida y obra de Don Luis Buñuel Portolés (1900- 1983), hasta que por azar – ese elemento constante en la vida humana, parte esencial de la obra del cineasta – tuve que enfrascarme en la lectura de varios libros sobre él, para preparar una exposición.

¿Qué pasó unas horas después de comenzar? Mis ojos eran incapaces de despegarse de las líneas, que con ayuda de Jean Claude Carriere, el mismo Buñuel nos legó en su autobiografía “Mi último suspiro” de 1982, justo un año antes de su fallecimiento. La verdad este tema no da para un post… da para hacer investigaciones semióticas, hermenéuticas, sociológicas, de discurso… y aplicando todas y cada una de las teorías aprendidas en los seis semestres y medio que llevo de Universidad. (Sí, lo acepto, me conquistó, y la objetividad en el subsuelo).

El universo buñueliano, violento y surrealista – en la más pura congruencia con el manifiesto de Breton-, nos regala apreciaciones del mundo, de la realidad represora, burguesa y clerical que le tocó experimentar en carne propia al director de Calanda, España, pero nacionalizado mexicano en 1949. Pretencioso sería querer resumir una vida y 32 filmes -con todo y sus fetiches, obsesiones y contradicciones- en este reducido espacio. Sin embargo, me permito retomar una de sus imágenes recurrentes de la etapa netamente surrealista para contar una anécdota que ilustra a la perfección a este artista:

Siendo un niño, durante unas vacaciones pasadas en su medieval y querida Calanda – él vivía en Zaragoza – tuvo su primer acercamiento con la muerte: “Un día mientras paseaba con mi padre por un olivar, la brisa trajo hasta mí un olor dulzón y repugnante. A unos cien metros, un burro muerto, horriblemente hinchado y picoteado, servía de banquete a una docena de buitres y varios perros. El espectáculo me atraía y me repelía a la vez…Yo me quedé fascinado, adivinando no sé qué significado metafísico más allá de la podredumbre…”.

Durante su estancia en la Residencia de Estudiantes de Madrid, entre los años del 1917 al 1925, conoció y congenió con gente como Eugenio d´Ors, Bejamín Péret, Federico García Lorca, Pepín Bello y Salvador Dalí. Con estos dos últimos, curiosamente, compartía esa obsesión infantil por los burros podridos, imagen a la que dotaron de un aura de misticismo casi religiosa. Por aquellos años, otro ilustre español, Juan Ramón Jiménez publicó una obra cursilona y sentimental que a más de uno ha sacado una lágrima (bueno a mí sí, lo leí cuando tenía como 9 años): "Platero y yo". Dalí le contaba a Federico: “…soy el anti- Juan Ramón…el (es el) jefe de la putrefacción poética…”.

En 1929, en plena euforia creativa de Un chien andalou (Un perro andaluz, 1929), Luis Buñuel y Salvador Dalí decidieron enviarle una carta a Jiménez, la cual decía más o menos así:

Nuestro distinguido amigo: nos creemos en el deber de decirle – sí, desinteresadamente- que su obra nos repugna por inmoral, por histérica, por arbitraria.
Especialmente ¡¡MERDE!! Para su
Platero y yo, para su fácil y malintencionado Platero y yo, el burro menos burro, el burro más odioso con que nos hemos tropezado.
¡MERDE!
Sinceramente,
Luis Buñuel
Salvador Dalí

Y todo esto en los años veinte del siglo pasado…

jueves, 4 de octubre de 2007

¿¿QUÉ DIRÍA JEAN PIERRE JEUNET??


Resulta que en la clase de guión escogimos un personaje - fuera de película, serie u obra literaria-, para crearle una historia alterna con los siguientes elementos: una carretera oscura, una luz cegadora, una silueta extraña... Al final esto fue lo que salió despúes de elegir al personaje por el cual Audrey Toutou será recordada toda su vida: Amélie Poulin (Le fabuleux destin d' Amélie Poulin. Francia, 2001).


Amélie ha pasado toda lo noche llorando, pensando que jamás tendrá el valor de acercarse a Nino, y que sus intentos de por lo menos mejorar la vida de los demás son inútiles. Mientras las lágrimas caen sobre su almohada en la oscuridad de su habitación, ve como una intensa luz blanca aparece, y desaparece de inmediato, detrás de la puerta. Extrañada, Amélie se seca las lágrimas y se incorpora, va a prender la luz de la lámpara que está sobre el buró pero, una vez más, la luz blanca se cuela por las ranuras de la madera.

Un poco temerosa, pero también llena de curiosidad, Amélie baja de la cama y, poco a poco, con pasos lentos e inseguros se acerca a la puerta, se detiene frente a ella y lleva con cuidado la mano a la perilla. Toma aire y cierra los ojos, entonces toma con fuerza la perilla, y con decisión la gira y abre rápidamente la puerta. Al abrir los ojos se da cuenta que se encuentra en una carretera oscura y solitaria. Voltea hacia todos lados, sin ver nada más que un camino interminable delante de ella. Da la vuelta, pero se encuentra que sólo hay una pasmosa oscuridad, no hay manera de regresar, sólo es posible caminar hacia delante.

Aunque al principio comienza a caminar cuidadosamente, aprieta el paso, de tal suerte que casi va corriendo mientras llora desesperada. Una luz intensa y cegadora la obliga a detenerse. Para protegerse los ojos se lleva la mano al rostro y trata de ver que produce la luz. A lo lejos, en la blancura, se ve una burda silueta que avanza hacia ella. Conforme se acerca, la silueta toma una forma más y más extraña.

Amélie intenta gritar, pero la voz no le sale; intenta correr, pero está inmóvil, su cuerpo no la obedece. La luz va disminuyendo de intensidad y poco a poco comienza a ver con claridad…parece que reconoce la silueta, sólo que el sujeto en cuestión ha crecido bastante…

Sí, es Cachalote, el pez que tenía cuando era niña y que su madre - antes de morir- arrojó al canal de Saint Martin, sólo que tiene un tamaño similar al de ella y está caminando. Ella sonríe y trata de acercarse. Con un movimiento de aletas, Cachalote le indica que se detenga y se hace a un lado. Amélie abre mucho los ojos y llora de nuevo, pero esta vez de alegría.

- ¿Se reconciliaron?- pregunta con la voz entrecortada.
- Sí – contesta su madre.